miércoles, 11 de abril de 2007

Herencia y su Cristo de la Misericordia, un cristo marinero. Por: Mario Alonso Aguado


Entre las imágenes de pasión que la villa de Herencia venera en sus diferentes iglesias y ermitas, es la más antigua –datada en el siglo XVII- y es, sin duda, con la que el pueblo más se asemeja. Hablar de Cristo en Herencia, es nombrar del Cristo de la Misericordia. Es imagen que identifica y aúna. Es una bella y devotísima efigie que figura a Jesús en la dolorosa escena del Pretorio, es un Ecce Homo, pasional y reverencial. Para conocer su propia historia hemos de retrotraernos hasta 1677, en concreto hasta el 5 de agosto, en dicho año la sagrada imagen de este queridísimo Cristo fue trasladada en solemne procesión desde la casa de Gabriel López Gascón hasta la ermita de la Concepción, que por aquellos años hacía las veces de parroquia, ya que la actual estaba siendo construida, asistió todo el clero local, las autoridades y numerosos vecinos. Una vez finalizadas las obras del nuevo templo parroquial, luminoso y capaz, allá por 1713, fue traída aquí la imagen del Cristo, aquí permaneció hasta mediar el siglo, momento en el cual fue transportada hasta su actual emplazamiento, en lo que era entonces ermita de Santa Ana. Hay quien repara en los orígenes mercedarios de este Cristo, un viejo escudo de la Orden de La Merced corona uno de los retablos laterales de su ermita y desde este año, otro escudo mercedario decora uno de los lados de su nuevo trono. Si reparamos en el nombre, Misericordia, caeremos inmediatamente en la cuenta de que es sinónimo de Merced. Cuando se traslada la imagen del Cristo en 1677 hasta la primitiva ermita de la Concepción se levanta acta del evento, en ella se narran los orígenes del Cristo y aparecen estrechamente vinculados a un tal Diego de San Pablo, pero…¿quién es este personaje? En 1910, el párroco Don Metodio Quintanar, publica un interesante opúsculo titulado “Novenario en honor del Smo. Cristo de la Misericordia, Milagroso y Amantísimo Protector de la villa de Herencia”, en la introducción histórica escribe: “De suponer es que este hermano Diego sería algún monje o religioso, aquí muy conocido”. Otros, aventurando aún más, opinan que Diego de San Pablo, haya sido un mercedario descalzo, Orden religiosa afincada en la población desde 1656. Clarificando aún más la cuestión, se ha tratado de identificar con Fray Diego de San Pablo, conocido como “de Sotomayor”, mercedario descalzo, culto y famoso predicador, fundador del convento mercedario de Argamasilla de Alba, en 1607, pero aún hay mucho que indagar al respecto.
Un particular de este Cristo es que es uno de los llamados Cristos marineros. En La Mancha de los humedales, en pleno Campo de Juan, nos topamos con una sucesión de Cristos que poseen leyendas referidas al mundo del mar y que curiosamente varios de ellos procesionan en carrozas con forma de barca. El más célebre es el Cristo de Urda, el Cristo de La Mancha, pero no es el único, ahí están: el Cristo del Prado, de Madridejos; el Cristo de Santa Ana, de Villafranca de los Caballeros; el Cristo de la Viga, de Villacañas; quizá la lista pudiera alargarse con el Cristo de la Vera-Cruz de Consuegra y algún otro. Pienso que un hermanamiento entre todas estas Cofradías y Hermandades o la celebración de un congreso histórico que estudiase y valorase los rasgos comunes de todos ellos, no estaría de más. Nuestro Cristo no se queda atrás y ahí está su leyenda:
Cuentan los mayores del lugar que hace ya muchos años vivía en el pueblo un joven mozo herenciano, fuerte y aguerrido, que entrado en quintas, le tocó en suerte hacer el servicio militar en Filipinas. Una vez embarcado, zarpando hacia dichas Islas, ya en plena alta mar, en noche oscura y cerrada se desató una gran tormenta, el mar bramaba y las olas eran en extremo altas y peligrosas; el cielo se rompía en pedazos, y los rayos y truenos estremecían hasta las
entrañas más hondas. El capitán del barco, reunió en cubierta a todos los soldados con el fin de dar órdenes para campear el temporal, pero no las tenía todas consigo, de ahí que con el rostro afligido y el alma en vilo, alzando la voz, exclamó: “Encomendaos al Señor, rezad y que Dios os guarde, invocad la protección de vuestros santos más queridos, nos va hacer mucha falta. Nunca he visto en mi vida una tormenta de la magnitud de ésta que nos azota ahora.”Los soldados, prestos a las órdenes del capitán, comenzaron a encomendarse a sus santos patronos e imágenes más queridas. Afortunadamente, el mar amainó y tras la tempestad llegó la ansiada calma. Todos salieron ilesos. A la mañana siguiente, ya con el sol en lo alto, el capitán entre asombrado y agradecido por el milagro vivido, volvió a reunir de nuevo a sus soldados en cubierta, diciéndoles: “Hemos de dar infinitas gracias a lo alto, al Dios que todo lo puede, anoche se me presentó la figura de un Cristo que me iluminó y guió, indicándome el modo y camino para poder salir de la temida tormenta. Por favor, sacad los retratos de vuestros santos para que pueda ver y reconocer a ese Cristo y poder así agradecer tan gran merced.” Puestas en hilera las estampas religiosas, el capitán fue recorriendo con su mirada, una a una, hasta reparar en la que llevaba el soldado herenciano, ¡Era el Cristo de la Misericordia! ¡Nuestro Cristo era el Todopoderoso Salvador! ¡Él había obrado el milagro!Una vez cumplidos los deberes para con la Patria el soldado volvió a su Herencia querida, aquí contó orgulloso y ufano cuanto pasó con el Cristo. Y curiosamente, la santera de entonces no daba crédito a lo oído. Pues ella había sido testigo de un hecho maravilloso, en las mismas fechas que refería el soldado. Ella contó que una mañana muy temprano, casi al alba, acudió como cada día a abrir las puertas de su ermita. Cual sería su sorpresa cuando al mover la chirriante cancela, la luz del candil descubrió algo insólito: unas huellas húmedas y unas gotas de agua que en hilera conducían hasta el camarín, una vez allí la santera no salía de su asombro, el Cristo tenía los pies mojados y la parte baja de su capa estaba mojada y chorreaba, tanto, que ella llegó a increpar, amenazando con su pregunta: “¿Dónde habrás pasado la noche…?” Sin duda, las palabras del soldado habían resuelto el enigma.
La fama del Cristo crecía día tras día y su carácter milagroso corría de boca en boca. Dicen que a inicios del siglo XX, los combatientes herencianos que defendían los intereses de España frente a Marruecos en la llamada guerra contra los Rifeños, portaban estampas del Cristo y salieron ilesos en los combates. Como imperecedero agradecimiento, a lo referido en la portentosa leyenda y para perpetua memoria de las generaciones futuras, donaron al Cristo una barca procesional.

Mario Alonso Aguado. O. de M.

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